Oro comestible: mitos y curiosidades de un tesoro de la gastronomía

Parece algo similar a la ciencia ficción, pero no hay nada más cercano a lo real. Hablamos del oro comestible, un particular dorado que puede ser una curiosidad en el ámbito de la gastronomía que dota a los platos de un particular glamour.

Esta rareza de la gastronomía es nada menos que oro que se puede comer. Es una curiosidad que consiste en un condimento culinario que se usa particularmente para la elaboración de bebidas, postres y chocolates.

Aunque parezca una verdadera curiosidad imposible, el oro para comer es un producto que muchos usan para producir. Se debe fundir las pepitas de oro a 1200 grados, tras fundirse, se vierte en un molde y se forma un pequeño lingote.

Este producto peculiar debe ser llevado a un proceso de aplastamiento de tal modo que ese bloque de oro se transforme en una finísima lámina de oro. Esta lámina se corta en pequeños cuadrados y se coloca entre superficies plásticas para batirlas.

Durante 45 minutos y 1 hora las máquinas automáticas golpean las láminas hasta conseguir el grosor adecuado. Las láminas resultantes son extremadamente delicadas, un trabajo que originalmente se hacía de forma manual y artesanal.

Este oro es muy usado para platos extravagantes y también en algún postre con chocolates o en algún helado. Un simple baño de este material ronda los 1.200 euros en caso de querer cubrir un pincho de cocina árabe.

Beneficios para el organismo

Aunque puede parecer algo meramente estético, esta curiosidad culinaria es también buena para el cuerpo. El oro, el cobre y la plata forman parte de las sustancias químicas que residen en el cuerpo humano e intervienen activamente en el metabolismo y los procesos orgánicos.

El oro otorga propiedades antinflamatorias pero además, estimula la capacidad intelectual, ayuda a aumentar nuestro tope de resistencia física, favorece la eliminación de toxinas y regula el sistema inmunitario. Su componente tiomalato sódico se usa para combatir la artritis reumatoide.